stardust

martes, 16 de octubre de 2007

El día de tu partida

Haré un conjuro a las estrellas
para que el día que te alejes
pueda cerrar los ojos y consolarme con ellas.
Adoraré a los dioses en un rito de frenesí
para que no permitan que cuando te vayas el Universo caiga sobre mí.
Mediaré con los espíritus de mi alma,
para que cuando no te encuentre me invadan de dulce calma.
Invocaré a poderosos magos
para que el día que no estés a mi lado
sustituyan tu magia, si eso sirve de algo.
Entregaré mi energía a Satanás
a cambio de un sólo instante del día
en el que tus ojos me dijeran que no me olvidarás jamás.
Pero, al final de mi huída,
sólo pactaré con mi corazón, vacío de vida,
que en el momento en que te marches
prefiera cerrar los ojos antes de ver tu partida.








Atardecer en Cádiz

Mar de calma que sosiega mi espíritu,

mi cuerpo se funde en la arena y resplandece con sus cristales,

como si ahora formara parte de ella.

Las olas llevan el son de mi corazón

y el viento trae el recuerdo y el sonido de tu voz.

Sin embargo mi mente pertenece a la Luna, visible ya, creciente,

como se siente mi ser,

blanca, todavía sin su luz, pero hermosa,

acompañando en el cielo al Sol, que aún no se ha ocultado

y todavía brilla con rayos superfluos y destelleantes,

aunque ahora ya efímeros,

que no permiten mirarlo fijamente.

Al caer la tarde, mis ojos podrán mirar al Sol sin miedo,

convertido ya en una enorme moneda de cobre y fuego

que se muestra imperial en el cielo.

La Luna le seguirá acompañando, hasta que,

la gran estrella, dictando ya su última sentencia

quede sin sus rayos de luz, mostrando un aura roja a su alrededor

que logra teñir las nubes como pinceladas rojas, violetas y naranjas.

Entonces el astro dormirá, cediendo toda su luz a la Luna

que emergerá esplendorosa,

preparada ya para reinar en la fría noche de los mares.

Así, mi mente reina sobre mi corazón

cuando al decidir algo con plena seguridad,

una sensación abismal recorre mi cuerpo,

y mi corazón, impotente,

se convierte en una enorme moneda de fuego

sentenciada a ser dominada, en cada noche,

por la mente lunática a la que cede su luz.