martes, 16 de octubre de 2007
El día de tu partida
Atardecer en Cádiz
Mar de calma que sosiega mi espíritu,
mi cuerpo se funde en la arena y resplandece con sus cristales,
como si ahora formara parte de ella.
Las olas llevan el son de mi corazón
y el viento trae el recuerdo y el sonido de tu voz.
Sin embargo mi mente pertenece a la Luna, visible ya, creciente,
como se siente mi ser,
blanca, todavía sin su luz, pero hermosa,
acompañando en el cielo al Sol, que aún no se ha ocultado
y todavía brilla con rayos superfluos y destelleantes,
aunque ahora ya efímeros,
que no permiten mirarlo fijamente.
Al caer la tarde, mis ojos podrán mirar al Sol sin miedo,
convertido ya en una enorme moneda de cobre y fuego
que se muestra imperial en el cielo.
La Luna le seguirá acompañando, hasta que,
la gran estrella, dictando ya su última sentencia
quede sin sus rayos de luz, mostrando un aura roja a su alrededor
que logra teñir las nubes como pinceladas rojas, violetas y naranjas.
Entonces el astro dormirá, cediendo toda su luz a la Luna
que emergerá esplendorosa,
preparada ya para reinar en la fría noche de los mares.
Así, mi mente reina sobre mi corazón
cuando al decidir algo con plena seguridad,
una sensación abismal recorre mi cuerpo,
y mi corazón, impotente,
se convierte en una enorme moneda de fuego
sentenciada a ser dominada, en cada noche,
por la mente lunática a la que cede su luz.