stardust

jueves, 18 de septiembre de 2008

EL PRIMER MAESTRO
Tchinghiz Aitmátov

No recuerdo exactamente a que edad empecé a tener conciencia de mi primer maestro.
Supongo que lo he tenido siempre a mi lado, de la misma manera en que él tuvo a sus primeros maestros.
Quizás ni siquiera sabía que, más tarde con el paso de los años se convertiría en eso, cuando al principio parecía ser sólo una figura cercana que me conducía por la vida.
Hoy, con 24 años de edad, me regocijo en la idea de que mi padre ha sido y será siempre mi primer maestro.
Pero no sólo porque a lo largo de mi vida me ha enseñado ha desenvolverme en ella de una manera honrada y feliz, sino porque a pesar de sus años de ausencia, su presencia siempre era clara en el andar de mi camino.
Sus historias y sus aprendizajes siempre han removido sensaciones revolucionarias en mí al transmitírmelas. La mayoría de ellas no las recuerdo por mi propia memoria, pero todavía hoy se encarga de repetirme las lecciones más importantes para que no las olvide.
Recuerdo que alguna vez me ha contado que cuando era un bebé que no sabía ni hablar, él me llevaba a pasear al parque, me colocaba una flor en la oreja y me hablaba de las hazañas políticas por las que luchaba, de lo que era justo y de lo que no, y de lo que las generaciones como la mía tendríamos que valorar en el futuro, porque él estaba seguro del triunfo de la libertad por encima de todo. La gente que le veía hablar con un bebé le decía loco, pero él estaba seguro de que yo le escuchaba.
Entonces todavía corrían tiempos difíciles para este país, y él fue uno de los muchos que durante la transición lo dejaron todo, incluso a sus hijos, por la creencia de que algo mejor era posible.
Para mí, y también esto es una de las lecciones que aprendí, los mejores maestros que uno puede tener son aquellos que basan sus enseñanzas en la experiencia, y aunque no sepan leer ni escribir, sus enseñanzas son las que forman a verdaderas personas. Hablo de nuestros mayores, que al igual que los mayores de mi padre, sucios de tiempo, son las personas que más tienen que enseñar a sus descendientes, porque ellos han vivido cosas que nosotros no, a veces mejores y a veces peores, pero las han vivido y de eso es de lo que mejor se puede aprender, sobre todo, y por una muy sencilla razón, para no cometer los mismos errores.
Recuerdo que, de pequeña, enseñé a mi abuela a escribir y a leer, y ella me enseñó a mi algo mucho más importante y que no olvidaré jamás; todo acerca del cariño y de la bondad que una persona puede guardar adentro.
Al igual que mi padre aprendió de sus mayores y de su padre, hoy en día no pasa un día en que mi padre no recuerde alguna de sus lecciones para que no mueran en el pasar de los tiempos.
El colegio, la universidad, me han enseñado las herramientas para ganarme la vida en este mundo en que vivo, para abrirme un camino y que éste sea más fácil, pero la verdadera plenitud de mi conocimiento acerca de la vida y de las personas la obtuve en mi propia casa, al lado de mi cama cuando no podía dormir, regañándome cuando me equivocaba, apoyándome en toda decisión que tomara, por pequeña que fuese, y sobre todo, ayudándome a levantar cuando tropezaba en el camino.
De esta manera, hoy por hoy, puedo decir que la verdadera escuela a la que alguien puede acudir, en la que las enseñanzas tienen la base en aprender de los errores, y donde los maestros son a la vez maestros y compañeros, es el hogar de cada uno, para aquellos que, como yo, tenemos la suerte de tener la escuela y los maestros al lado de nuestra propia cama.


Esta reflexión tendría demasiada extensión si hablara de todas las cosas que me ha enseñado mi padre, de sus convicciones, de sus ideas, y de las lecciones en las que ahora, de mayor, estoy o no de acuerdo. Sólo, voy a decir que una de las que más me alegro que me haya hecho entender, es que la lectura es un mundo aparte de conocimiento, y que, al igual que Duishén en el cuento y el Che Guevara un poco más adelante en la historia diría, “Un pueblo que no sabe leer ni escribir, es un pueblo fácil de engañar”.
Por esto, mi padre durante toda su vida ha expresado sus ideas escribiendo, a veces también sus sentimientos, y esto es algo que también he aprendido.
Dado el caso, aquí les remito una de mis escrituras, concretamente un cuento que escribí durante mi estanca en Turquía .No tiene nada que ver con la política, porque si hay algo que no me ha dado la gana de aprender de mi padre, es que a la vida si es necesario ponerle un poco de magia y de fantasía cuando a uno se le antoje. Él dice que eso es porque no me ha hecho falta, menos mal, poner los pies en el suelo a la fuerza, sino cuando yo quiera, y eso, dice, es una buena noticia.
Espero que os guste. (En el blog:22 Octubre 2007)